RESUMEN
María Inés de San Millán es una ama de casa de clase media alta, como tantas otras, dedicada a su casa, a su marido, Ignacio, y a sus hijos, Adriana, Andrés y Mónica…Como tantas otras no está satisfecha con su vida, como tantas otras no sabe qué hacer para cambiarlo, ni siquiera sabe que tiene derecho a otra cosa, a otra vida, a sus sueños.
Ya no tiene el amor ni la pasión de su marido, ni el respeto de sus hijos, con excepción de su hijo Andrés, que la consideran una persona sin interés ni nada que aportar, a diferencia de su padre, Ignacio San Millán, un importante abogado
Tras 27 años de matrimonio, sin embargo, Ignacio San Millán decide abandonarla por una mujer más joven. Ignacio sí quiere aprovechar lo que le quede de vida, quiere ser feliz.
El mundo de María Inés se derrumba, porque en su mundo las mujeres solas son parias sociales, pero también porque su única función en la vida desaparece. Aunque la decisión de romper es únicamente de Ignacio, la familia y la sociedad culpan a María Inés del abandono, por no «haber sabido retener a su marido», por no haber cerrado los ojos ante el engaño, como debe hacer cualquier esposa sumisa. María Inés se enfrenta a la fuerza a la necesidad de vivir el resto de su vida de forma diferente»¦y se dispone a hacerlo, contra todo y contra todos los que piensan que lo único que le queda a una mujer de 50 años sin un marido es recluirse y esperar la muerte, que el único papel de la mujer es el de esposa y madre.
Y en este camino de descubrimiento, María Inés se cruza con Alejadro Salas, un periodista, separado y con un hijo, casi 20 años más joven que ella. Alejandro no ve en María Inés una madre, sino una mujer, una sensación que María Inés creía olvidada. El amor y el apoyo de Alejandro se convierten en algo fundamental para que María Inés pueda ser la que siempre quiso ser, dueña de ella misma y aunque todo se les ponga en contra, los dos lucharán juntos contra los estereotipos, las mentiras y la hipocresía que los separan.
NUESTRO COMENTARIO
Desde el primer plano de la primera escena el espectador se da cuenta de que está ante un producto diferente. Cuando ha visto ya unos cuantos capítulos comprende por qué el público mejicano considera «Mirada de Mujer» una de las mejores telenovelas de la historia.
No se trata únicamente de que apliquen en la producción técnicas cinematográficas, en la iluminación y el color, ni el hecho de que la acción transcurra en escenarios «naturales», en casas con aspecto de casas y no de decorados, ni los travellings larguísimos que siguen a los personajes de una habitación a otra, ni la cantidad de planos medios y largos que permiten a los actores moverse por el escenario libremente transmitiendo una sensación de dinamismo y naturalidad, y ni siquiera se debe únicamente a la posición de las cámaras, que enfocan la acción desde lugares insospechados, dando la impresión al espectador de que no está viendo un espectáculo, sino espiando y mirando cómo vive su vecino, integrándose totalmente en la trama.
Con todo lo bueno y original que esto supone, «Mirada de Mujer» es estupenda por muchas cosas más. Aún con la distancia que da el tiempo, y aún tratándose de una crítica de una sociedad con la que, por ser más convencional y cerrada que la nuestra, tengamos menos cosas en común, el conflicto que plantea «Mirada de Mujer» es reconocible y tiene la capacidad de involucrar al espectador en los problemas cotidianos de los personajes. A esto ayuda la creación de escenas muy largas en las que tenemos la oportunidad de escuchar lo que los personajes opinan, lo que sienten, con lo que llegan a tener «vida» para nosotros, alejados de esas composiciones intelectual y emocianalmente tan esquemáticas a las que nos tiene acostumbrados este género últimamente.
Mientras ves esta novela, tienes la impresión de estar escuchando conversaciones normales, no por repetidas menos ciertas, sobre el papel de las mujeres y los hombres en la sociedad, sobre la injusticia del doble rasero con el que se juzga a unos y a otros, el machismo imperante, la ley del embudo, y esto, aunque parezca lo contrario, es una gran virtud de los diálogos, porque consiguen que sea interesante oir hablar de algo que aunque todos sabemos y hemos hablado de ello en la intimidad, al menos en la televisión mejicana nadie decía abiertamente hasta «Mirada de Mujer». También el ritmo, no sólo de la acción, sino de los diálogos, la cadencia y los silencios son diferentes. Al hablar como la gente habla, los personajes van y vienen del tema principal, como hacemos todos, sin que la exposición de las ideas se convierta en una pura declamación. Y como hablan mucho, también se dicen muchas cosas inteligentes y se sugieren más. Una novela que da que pensar. Se explica que Méjico se paralizara durante su emisión.
Una de los temas que se tratan es el de la fugacidad de la vida y del tiempo, que en su planteamiento no es nada nuevo, pero en esta telenovela el tema tiene, por un lado, un componente reivindicativo, porque María Inés no es sólo una mujer «mayor», es una «Madre», y sin embargo se afirma su derecho no sólo a vivir, que a estas alturas ya no se lo discutiría nadie, sino a la pasión y al sexo. El plantemiento de la madurez es particularmente interesante, porque muestra una particularidad que no habíamos visto antes en ninguna telenovela al mostrar un sentimiento que, sin embargo, es bastante universal, esa sensación de descompensación entre la edad del cuerpo y la edad de la mente y del alma, esa perplejidad que se siente al darse uno cuenta de que en un cuerpo maduro habita una persona joven, ese desconcierto al percibir que el tiempo ha pasado y no te has dado cuenta. Así, vemos a María Inés «jugar» y reirse con su amiga Paulina, ante la extrañeza de sus hijos que suelen pensar que los padres son diplodocus que jamas tuvieron infancia, y jugar y reirse con Alejandro, porque la risa es un componente esencial en la relación entre ellos dos.
«Mirada de Mujer» no es una obra maniquea, habitada por despóticos y tiránicos hombres y mujeres fuertes, resistentes y sufridoras. En «Mirada de Mujer» y eso sí que es una absoluta novedad, los hombres son personas normales, con sus defectos y contradicciones, inseguridades y complejos. Ignacio San Millán, supuestamente «el malo» de la película, es un hombre decente, resultado como tantos otros de la educación que ha recibido. A pesar de que abandona a su familia, entendemos sus razones, sus dudas y sobre todo sus ganas de volver a empezar, de no echarse a morir antes de tiempo. A pesar de ser un hombre «a la antigua» y por tanto bastante autoritario, cuando se equivoca pide perdón e intenta reparar la falta. Ignacio, la mayor parte del tiempo «escucha» a Daniela. Ante los reclamos de María Inés sobre que ella ha sacrificado su vida por su familia, Ignacio le contesta algo muy revelador, que ella no ha estado sola, que él también ha estado allí, trabajando y haciendo, al igual que ella, lo que se esperaba de él. El problema está precisamente en lo que se esperaba de cada uno, en lo que la sociedad espera de los hombres y de las mujeres, y de eso Ignacio no tiene más culpa de la que tenemos todos como colectividad.
La novela critica sutilmente la distinción entre valores y caracteres femeninos y masculinos, para dejar claro que, antes que hombres y mujeres, somos seres humanos. De esta forma, encontramos en «Mirada de Mujer» hay más hombres sensibles que mujeres, empezando por Andrés, el hijo de María Inés, Alejandro, Nicolás el novio de Adriana y hasta Francisco, el marido de Rosario, mientras hay varias mujeres con y comportamientos que tradicionalmente se asocian más con lo masculino, desde Marcela Miranda, una depredadora o Marina, la mujer de Alejandro, cuyo comportamiento con Alejandro es propio de una maltratadora psicológica. En las discusiones, son siempre las mujeres, Marina, Adriana»¦las que son más hirientes y despectivas, y en la relación con Ivana, es Andrés el que quiere ir despacio, sin lanzarse de cabeza no sólo a una relación amorosa, sino aunque fuera únicamente una relación sexual. Es Andrés el que valora más el amor en el sexo y no aspira al sexo sin amor.
Como ya hemos dicho, «Mirada de Mujer» critica abiertamente la posición en la que una sociedad hipócrita y conservadora mantiene a las mujeres de determinado nivel social en la ignorancia propia de un gineceo, «protegidas» de todo aquello que alguien decide que no deben saber, privadas de la posibilidad de tomar sus propias decisiones, pero no se trata aquí de echar la culpa a nadie, sino a todos. María Inés se lamenta de haber desperdiciado su vida, pero una vez alcanzada la consciencia de su anterior desconexión con la realidad, no encuentra a nadie más a quién culpar que a ella misma, y por derivación se critica a las mujeres en general, que son las que tracionan sus aspiraciones y sus sueños, se autolimitan y reducen el mundo entero a su hogar. Ser ama de casa, una actividad absolutamente respetable, no es excusa para que las mujeres dejen de ser ellas mismas.
En este examen de la naturaleza femenina, encontramos en «Mirada de Mujer» varios pasajes muy interesantes. Uno de ellos ocurre cuando Alejandro, ante un comportamiento de María Inés que él encuentra inexplicable, acude a casa de Paulina a preguntar. Con un tratamiento un poco burlesco, se ponen entonces en boca de Paulina, personaje normalmente considerado superficial intelectualmente hablando, unas verdades como templos. Normalmente, mientras que algunos comportamientos masculinos, sobre todo sexuales, se achacan a la biología y al instinto, la mística del cazador, y por lo tanto pretendidamente inevitables, cuando se trata de mujeres hablamos de unas razones para su comportamiento casi mágicas, propias de leyendas artúricas, inexplicables, o basadas directamente en la perversidad femenina, como si las mujeres hubieran aparecido en la Tierra en este estado de evolución. Paulina, de forma ligera y didáctica, explica a Alejandro su teoría sobre las probables razones, también evolutivas, de algunos comportamientos femeninos: si los hombres tenían que acudir a las guerras y probar su hombría o simplemente tenían que ir de cacería y morir en el intento, las mujeres se tenían que repartir a los que sobrevivían, para que pudieran cuidarlas a ellas y a su prole. Normalmente, siempre se piensa que el instinto lleva a los machos de cualquier especie a querer propagar su ADN para perpetuarse, y nunca pensamos que las hembras puedan sentir la misma compulsión. Con esta idea es mucho más explicable la necesidad de las mujeres de sobresalir y llamar la atención y ser la hembra alfa de la tribu, sin que haya ningún misterio asociado a esta conducta.
Hay que mencionar también que los actores son absolutamente fantásticos, lejos, lejísimos, del estilo declamativo de radionovela preponderante en las telenovelas de Televisa. ¿Qué decir de la internacionalmente conocida Angélica Aragón? Aunque poco se puede decir ya de esta actriz que resulte nuevo, no queremos dejar de comentar la expresividad no sólo de su cara sino de esa voz maravillosa y dulce. O de Fernando Luján, o Plutarco Haza, en el papel del sensible y bueno Andrés, o Evangelina Elizondo, en la rígida, tradicional y dominante Emilia Elena, o Margarita Gralia, como la desengañada, inadaptada y desgraciada Paulina.
LO MEJOR
Con todo esto, lo mejor de todo es el personaje de Alejandro Salas, que merece un comentario aparte y para el que nos faltan calificativos, aunque empecemos por decir que Alejandro es una maravilla. El primer acierto es la elección de Ari Telch para encarnarlo, porque independientemente de las ideas sobre su atractivo o no, que suponemos que habrá para todos los gustos, lo que es innegable es que Telch tiene un aspecto tan masculino que permite a los guionistas hacer que Alejandro sienta y haga cosas absolutamente fuera de la norma, sin caer en ninguna clase de equívoco. Aunque Alejandro sea distinto, es un «puro macho». En la novela vemos constantemente a Alejandro realizando tareas domésticas, sin por ello parecer un amanerado y desde luego sin que se abra la tierra para tragárselo, también es un padre amoroso y comprensivo, e incluso un marido engañado, vejado y abandonado, sin que pueda calificársele de «pobre cornudo».
A esto se une que Ari Telch dota al personaje de una profundidad de esa que se deriva del puro talento innato, de la que es difícil trabajar en una escuela o aprender en un libro. Alejandro es alternativamente infantil y adulto, es noble, es tierno, es directo, es honesto consigo mismo y con los demás. Vive la vida y deja vivir. Aunque es un personaje muy gracioso y con gran sentido del humor, ese humor es, no una máscara, sino una especie de coraza para poder ser él mismo, una cierta autodefensa ante un mundo que no acepta que fácilmente la sensibilidad en los hombres. Porque Alejandro es vulnerable y lo sabe, inseguro y lo sabe, quiere que le quieran, en definitiva, pero en un hombre suplicar cariño es algo inaceptable, por lo que Alejandro no lo suplica, pero lo pide con la mayor gracia que es posible imaginar. Ari Telch juega con esa dualidad de Alejandro, ayudado por un físico peculiar que le dota de una extraordinaria seriedad cuando no sonríe, y una cara llena de hoyitos en cuanto esboza una sonrisa. Pero no sólo es su físico y su forma de utilizarlo, su forma de hablar, el ritmo de sus intervenciones y su lenguaje corporal son tan expresivos que le confieren al personaje una complejidad y unos matices difíciles de recoger en un comentario de estas características.
Alejandro ha sufrido mucho y ha sobrevivido, pero no ha sobrevivido sin cicatrices, y en esos diálogos de humor aparente encontramos verdades, sinceridad y valentía intelectual y emocional. Si escuchamos bien los chistes, vemos que Alejandro no sólo dice lo que piensa, sino lo que es más importante, piensa lo que dice. Detrás del juego, la imaginación, la risa, está la razón.
Del encanto de Alejandro, mejor no hablar.
No queremos terminar este comentario sin mencionar el capítulo en el que María Inés y Alejandro van a una fiesta, en la que ella se encuentra absolutamente desubicada, por lo que tienen que marcharse. Una vez en casa de Alejandro, María Inés, enfadada con «el Mundo», descontenta y frustrada, intenta provocar una discusión en una larguísima escena que termina cuando se acuestan por primera vez. Pero si esa escena entera es una maravilla, la escena del «día después» es mejor. María Inés busca seguridad y quiere saber si lo que ha pasado ha sido importante para Alejandro, lo que él le confirma, y justo a continuación, Alejandro le pide a María Inés lo mismo. Una forma enternecedora de mostrar que en los temas de amor, todos queremos lo mismo, y tememos lo mismo»¦(suspiro).
LO PEOR
El hipócrita y cobarde final de esta novela, en contra la tesis que se había venido defendiendo a lo largo de la trama, en contra de su esencia misma. El final de esta novela te hace llorar, de pena por los protagonistas, pero de rabia por el espectador , por nosotros, que tenemos que presenciar semejante traición al espíritu de la obra, y de los personajes, de la experiencia vital, la sabiduría y en conocimiento interior que han ido adquiriendo ante nuestros ojos y de las decisiones que valientemente han tomado. El final, sencillamente, es un asco.
Fuera de esto, los dos otros problemas adicionales son puramente anecdóticos y los incluimos aquí para terminar este comentario de forma más ligera. En primer lugar, hay que citar la absolutamente horrenda peluca que lleva Daniela, la amante-novia de Ignacio San Millán, y si no es una peluca, peor todavía, porque parece talmente un pelucón de guardarropía, digno de «La Venganza de Don Mendo». El segundo, la ropa que lleva María Inés, que no se sabe por qué está tan mal hecha, además de ser también fea de morirse salvo honrosas excepciones. De acuerdo con que María Inés no tiene tan buen tipo como sus amigas Rosario y Paulina, pero eso no es obstáculo para que vaya vestida con un poco mejor gusto. Y no se trata únicamente que no nos guste el «estilo» de María Inés, súper rancio, es que de verdad la ropa parece hecha por una modistilla doméstica con los históricos patrones del Burda.
REPARTO
María Inés Domínguez de San Millán.- Angélica Aragón
Alejadro Salas.- Ari Telch
Licenciado Ignación San Millán.- Fernando Luján
Paulina Sarracín .- Margarita Gralia
Doña Emilia Elena viuda de Domínguez ‘Mamá Elena’.- Evangelina Elizondo
Rosario.- Verónica Langer
Adriana San Millán.- María Renée Prudencio
Mónica San Millán.- Bárbara Mori
Andrés San Millán .- Plutarco Haza
Francisco .- René Gatica
Ivana.- Muriel Fouilland
Nicolás.- ÃÂlvaro Carcaño Jr.
Alex Salas .-Olmo Araiza
Marcos .- Carlos Torres Torrija
Consuelo.- Paloma Woolrich
Marcela Miranda.- Carmen Madrid
Daniela López.- Martha Mariana Castro
Fernando.- Víctor González
Gloria .-Alma Rosa Añorve
Enrique.- Enrique Singer
Elvia.- Dora Montero
Marina.- Ana Graham
FICHA TÉCNICA
Guión: Bernardo Romero; Monica Agudelo y Jimena Romero
Director artístico .- Ariel Bianco
Director de fotografía.- Jorge Rios Villanueva
Director General Antonio Serrano
Productor .- Epigmenio Ibarra
Canción de entrada «Dime», de Armando Manzanero, interpretada por Aranza
Canción «Ese» interpretada por Jerry Rivera