RESUMEN
Emiliano Sánchez Gallardo lo tiene todo, hasta que por la traición de sus amigos que utilizan su empresa para el blanqueo de capitales sin que él lo sepa, se ve obligado a huír de Méjico, su país, y de su casa y desprenderse de todo lo que hasta entonces había sido su mundo.
Por una cadena de circunstancias desafortunadas recala en Bogotá, donde todavía no se han acabado sus desdichas, ya que es asaltado y golpeado. En el asalto le roban también sus papeles y dinero por lo que se queda atrapado en Colombia, perseguido por la INTERPOL por un delito que no cometió, sin amigos ni conocidos, y sin medio de subsistencia, pero por casualidad, en un bar de mariachis en el centro de Bogotá, el bar «Plaza Garibaldi» conoce a Rosario Guerrero, una cantante de rancheras, hija de un mariachi pendenciero y bebedor, que se convierte en su ángel guardián.
La amistad que surge entre ellos transformará completamente sus vidas. él recibe incrédulo la solidaridad desinteresada de Rosario, un sentimiento escaso en el mundo de riqueza en donde ha transcurrido su vida. Gracias a ella, logra sobrevivir como cantante en el bar Plaza Garibaldi, mientras elude la celosa persecución de la INTERPOL y de la policía en Colombia y México. Pero, sobre todo, descubre a través de su mundo, la extendida influencia de la cultura mexicana en Colombia, y encuentra en Rosario al gran amor de su vida.
Ella también conoce el amor gracias a Emiliano. Con él empiezan a encajar en su mente y en su alma las piezas sueltas de lo que ha sido su vida. Los momentos más felices, y también los más dolorosos de la vida de Rosario, están relacionados con el recuerdo de su padre. Un cantante de rancheras, bohemio y apasionado, un hombre entrañable que arriesgó su vida y llenó de tristeza la de su familia, porque le ganaron las noches de trabajo, el licor y las mujeres. En ese esfuerzo desesperado por borrar el recuerdo de una infancia turbulenta, Rosario lucha por convertirse en Administradora de Empresas.
A pesar de la tristeza, la imagen de su padre está ligada a la alegría y a la pasión, por eso conserva como una reliquia su atuendo de mariachi. Un vestido sin dueño, un dolor que sólo se desvanece cuando Rosario, sin pretenderlo, se enamora de Emiliano y le presta ese traje para que él pueda cantar en el bar Plaza Garibaldi.
Emiliano Sánchez Gallardo, miembro de una de las familias más poderosas de México, nunca se imaginó que terminaría convirtiéndose en el cantante de un bar de música mexicana, de mediana categoría, en la capital colombiana. Creyó que su situación jurídica en México se aclararía en pocas semanas, y por eso nunca le contó la verdad a Rosario.
A la incertidumbre de tratar de ser otro y a la angustia que le produce el colapso de su familia y de su vida, tiene que agregarle el poco dominio que tiene sobre sus propios sentimientos, soportar la feroz oposición de sus rivales, y las trampas que le tienden mujeres interesadas en su amor y en separarlo de Rosario.
Así que la lucha permanente de esta pareja, será para demostrar que cuando se quiere de veras, ningún obstáculo es infranqueable .
Resumen parcialmente extraído de la web oficial de la telenovela
NUESTRO COMENTARIO
Un guión inteligente y original, unos diálogos brillantes, una utilización de la música ranchera insuperable, unos personajes entrañables y creíbles, unos actores elegidos por su capacidad de actuar y transmitir y no por otras consideraciones, una combinación perfecta de comedia y drama»¦Si alguno se pregunta a qué nos referimos en estas páginas cuando hablamos de la «renovación» del género de la telenovela sin traicionar su esencia, no se pierdan «La Hija del Mariachi».
La mayoría de las telenovelas que se ven actualmente en las que se mezclan actores de aquí y allá y de ningún sitio son un churro sin personalidad ni gracia. No así «La Hija del Mariachi» que sabe sacar partido de la diversidad y que se concentra justo en lo contrario. En vez de desdibujar las diferencias culturales se preocupa en acentuar los localismos, sin que por ello caiga en los tópicos o recurra sin necesidad a los estereotipos.
Emiliano es mejicano, pero no por ello es aficionado a las rancheras. De hecho, Emiliano es un hombre sofisticado y de mundo al que el mundo de los mariachis le resulta tan ajeno como a cualquier español medio le resultaría la vida de un tablao flamenco. El contraste resulta aún más curioso en tanto en cuanto Emiliano ni siquiera se encuentra en Méjico, sino en Colombia, por lo que el shock cultural sería comparable al que algún español sentiría trabajando en tablao flamenco en Luxemburgo, o quizá más, ya que Emiliano es rico, y no sólo rico, sino de buenísima familia, lo que va acompañado, en Méjico y en casi cualquier sitio con que son bastante clasistas. Casi en la primera escena Emiliano se burla cariñosamente de su amigo Felipe porque sospechan que a éste le gusta su asistente. El «descenso» a los infiernos es aceptado por Emiliano, sin embargo, sin mucho dramatismo más que nada porque piensa que va a ser algo puramente transitorio, pero también nos da una primera medida de su carácter, generoso y fuerte y nada blando a pesar de haber nacido en sábanas de seda.
Un aspecto muy interesante de la historia, sobre todo en el primer tercio de la novela en el que se establecen las bases y mimbres de la trama policíaca, es la constante contraposición entre las elucubraciones de la policía mejicana y su elaboración de sucesivas teorías conspiratorias y lo que le está ocurriendo realmente a Emiliano, que no puede estar más a ras del suelo. Este toque trágico-humorístico es una constante en la novela, y en general del sentido del humor por el que se distinguen las novelas colombianas. Los colombianos, o al menos los colombianos guionistas de televisión, tienen una extraordinaria capacidad para reírse de sí mismos, incluso en una novela como ésta, en la que contraponen personajes de dos nacionalidades. Porque reírse de uno mismo en casa es más habitual, pero reírse de uno mismo comparándose con los de otro país eso sí que es raro, valiente y original.
Una de las muchísimas virtudes de esta novela es que las tramas secundarias giran alrededor de la trama principal, lo que parece una perogrullada pero es que en la última «hornada» de novelas hay miles de tramas sin conexión entre sí o con una conexión basada en cosas tan tenues como el hecho de compartir el mismo espacio físico en un momento dado. Esto puede que no sea considerado universalmente un defecto, pero sí lo es para estos comentaristas, para los que esas tramas inconexas no son más que un estorbo, que no añaden nada a la acción y que sólo sirven de distracción y de excusa para no desarrollar adecuadamente ninguna de ellas.
En «La Hija del Mariachi», como hemos dicho, las tramas son subsidiarias de la trama principal, pero no por ello los personajes secundarios son puros maniquíes, «props» u objetos para que los protagonistas principales tengan la oportunidad de soltar sus parlamentos, como ocurre en otras novelas, como por ejemplo «Luna la Heredera». En «La Hija del Mariachi» los personajes secundarios tienen identidad, personalidad y vida propia, lo que contribuye a dar a la novela una profundidad y calidez que la hacen más interesante.
Sin ser una novela cómica, «La Hija de Mariachi» tiene muchas escenas divertidas, pero la comicidad se basa en la inteligencia, en el ritmo, en la brillantez y gracia de los diálogos, en la excelencia de los actores, y no en esas situaciones grotescas, plagadas de personajes absurdos cuya única gracia está en que no paran de hablar y no se callan ni para tomar aliento, aunque lo que digan no tenga maldita la gracia. En «La Hija del Mariachi» el único personaje verdaderamente extravagante, Doña Eulalia, es tan graciosa (Luces Velázquez, nuestra Berta de «Betty la fea», tan eficaz como siempre), como aleccionador su esnobismo y su utilización de un lenguaje pretendidamente culto pero permanentemente mal pronunciado y utilizado.
Rosario es cantante, por tradición pero sobre todo por necesidad, estudia en la Universidad y se preocupa por sus estudios, su madre es una mujer de clase media (o más, no se sabe bien) venida a menos por amor, pero la vida que llevan en su casa en la de una casa normal de clase media aunque sin recursos. Por eso la historia no trata del príncipe rico que se enamora increiblemente de la paupérrima, ignorante y analfabeta vendedora callejera o cartonera sino de dos personas con vidas absolutamente distintas pero no tan diferentes en el fondo, que no estaban destinadas a encontrarse pero a las que el destino une inesperadamente. En la vida futura de los dos es más probable que la estudiosa, trabajadora y responsable Rosario considere que los amigos frívolos y esnobs de Emiliano son unos marcianos que lo contrario, que éstos la consideren a ella un «mosco en leche», como dicen en Méjico. También Emiliano se preocupa por los estudios y el futuro profesional de Rosario, lo que muestra que no se trata de uno de esos ricos ociosos que piensa que su futura mujer es un florero cuya única función será acompañarle. Se ven varias escenas en las que Emiliano ayuda a Rosario (y a Lucía) a estudiar y a hacer los trabajos, y se preocupa por sus calificaciones.
Una absoluta novedad es la utilización de la música como un elemento dramático más. Al estilo de las comedias musicales, pero con la diferencia de que en «La Hija» los personajes no se ponen a cantar sin ton ni son en medio de una frase, y con la gracia añadida de que utilizan música que ya existía y no ha sido compuesta para esta obra en particular. En la novela se eligen canciones que subrayan o acentúan los momentos adecuados de la acción, sin contar con que los actores hacen unos playbacks excelentes, con lo que en ningún momento las situaciones parecen forzadas. A esto se añade que, lo mismo que ocurre con la copla española, y aunque a uno no le guste el género hay que reconocer que las rancheras y boleros tienen un lenguaje extremadamente poético, muy adecuado como música de fondo de un historia de amor y desamor. A lo largo de la acción, en el riquísimo cancionero existente, se van eligiendo las canciones cuya letra es más adecuada y pertinente con lo que está pasando y la música y las letras permiten a los personajes transmitir sus sentimientos con una profundidad y un nivel dramático que nunca se alcanzaría en una conversación, porque el lenguaje hablado es necesariamente más coloquial y porque el pudor nos impide decir según qué cosas.
Como pocas novelas de las buenas, por ejemplo «Mirada de Mujer», «La Hija del Mariachi» tiene otras lecturas además de la obvia: chico encuentra chica y amor-sufrimiento-amor y más amor. Después de observar este paralelismo una amiga de esta página nos ha hecho ver que el guión de «Mirada de Mujer» es obra de Bernardo Romero Peiró, maestro y mentor de Mónica Agudelo Tenorio, la autora de «La Hija del Mariachi» e incluso esta autora participó en el guión de la primera.
Una de esas lecturas, otra de las «historias dentro de la historia» está en que en «La hija del Mariachi» se presenta una situación paradójica, en un mundo en el que los habitantes de los países ricos se parapetan o atrincheran tras sus fronteras como si se tratara de fortificaciones en las que hay que resistir el asalto de los invasores, «los pobres». La «Hija del Mariachi» coloca al rico en el lado malo de la ecuación, es el rico el que se encuentra sin papeles y sin posibilidad de encontrar un trabajo de acuerdo con sus sobradas cualificaciones porque nadie le da la oportunidad sin un papel que lo demuestre, por lo que se ve obligado a realizar un trabajo que no por digno es adecuado ni le permite ni siquiera malvivir. Más aún, en la ficción estamos acostumbrados a ver a los emigrantes mejicanos huyendo del hambre y cruzando como pueden la cerrada frontera con los EEUU que los separa de la posibilidad de trabajar, alcanzar la prosperidad y de su justo derecho a una vida digna, pero resulta que esta situación que nos parece tan humanamente injusta aunque legal y organizativamente tenga algún sentido, se repite en Colombia pero al revés. Mientras que los mejicanos pueden entrar y salir de Colombia como quieren, los colombianos no pueden ir a Méjico, un país más próspero, sin un visado. Dos puntos de vista, las dos caras de la misma moneda.
Como siempre que hablamos de novelas colombianas los actores merecen un comentario aparte. «La Hija del Mariachi no es una excepción, aunque en esta ocasión la mitad sean mejicanos, desde Luis Eduardo Arango, como Sigifredo, hasta la niña que hace de Lucía, desde el fantoche de «El Coloso» hasta «El Mañanitas» y Esteban, el amigo de Javier Macías, la ya mencionada Luces Velázquez, Nicolás Montero, la eficaz Alejandra Borrero, todos están excepcionales y reales.
Mark Tacher, el actor que interpreta a Emiliano, es un actor muy expresivo y natural por lo que compone un Emiliano creíble y con coherencia interna, a pesar de vivir situaciones increíbles. El personaje de Emiliano tiene un extraordinario sentido del humor y es muy guasón, lo que suponemos no es atribuible a Mark, pero sí es totalmente mérito suyo las inflexiones y el ritmo, la puntualidad de sus entradas y su extraordinario lenguaje corporal que contribuyen mucho al realismo, la oportunidad, el sentimiento y la comicidad de sus frases. En nuestra modesta opinión, por su versatilidad y buen hacer Mark Tacher es el mejor galán mejicano del momento, aunque no cuente con la apostura de otros galanes mucho más conocidos y reconocidos. Ojo, que no es que digamos que Mark Tacher es feo, todo lo contrario, sólo que no parece que cultivar su físico sea una de las ocupaciones principales de su vida, sólo lo justo, lo que también en nuestra opinión le hace, como actor y como hombre, más interesante.
Como contrapunto de Emiliano encontramos a Fernando Molina, «El Milamores», interpretado por Mario Duarte, otro prodigio de la naturalidad. Los dos componene una pareja de amigos entrañable, además de que Fernando es el encargado de desactivar la tendencia excesivamente sentimental de Emiliano, e introduce el puntito de burla cuando Emiliano cae en esos excesos cursiloides en los que caen con frecuencia los enamorados y que los guionistas reflejan tan bien (con toda la intención de que resulten tan cursis como en la vida real, insistimos).
El papel de la protagonista femenina recae sobre la actriz Carolina Ramírez, una chica guapísima a la que le sobra de talento lo que le falta de artificio y silicona. Con esto queremos decir que Carolina es guapísima «a lo normal» sin estar ni recauchutada ni rellenada de nada. Su construcción de la buena, decente y responsable Rosario también es muy elogiable, y Carolina llora tan bien que desde aquí le queremos conceder el cetro que hasta ahora tenía Adela Noriega, Carolina llora mucho mejor. Aunque Rosario es el personaje con menos matices, también tiene elementos originales, como su naturalidad en la expresión de su cariño. Rosario es una heroína romántica, pero una heroína moderna, que se expresa como las chicas normales, sin mojigatería ni falsos pudores, sin dejar de ser inocente y buena. Tanto Rosario como su madre pecan de ser un poco panolis, porque es que Rosario no se entera, ni de las verdaderas intenciones de Macías, que no pueden ser más obvias, ni de las intenciones de El Coloso. Y la madre lo mismo, que crea que es que Macías sólo busca la amistad de su hija, una niña que está cañón, es para creer que Doña Raquel no sólo tiene problemas es la manos, sino también en la vista.
El guión nos permite ver cómo se desarrolla la relación entre Emiliano-Francisco y Rosario. A pesar de que los dos se enamoran de forma repentina, posteriormente se les concede tiempo para que su relación se cimente y consolide. O sea, no se trata de puro amor chin pún, aunque empiece así, sino que los dos personajes tienen oportunidad de conocerse y tratarse, lo que por un lado es más real y por otro nos da a los espectadores la oportunidad de ver a los protagonistas muchas veces juntos.
Por circunstancias de la programación de las cadenas hubo que rodar dos finales distintos, con meses de diferencia, uno para su emisión en los EEUU y otro para Colombia. Sólo comentar que el final de los EEUU es precipitado y un churro (excepto la escena de la boda, con Emiliano tan latoso como de costumbre y que es muy graciosa), sin la agudeza y sutileza del resto de la producción. En la proyección de EEUU, víctima del fanatismo conservador, han caído bajo la tijera no sólo las palabras que se pueden considerar tacos en países menos permisivos que el nuestro, los carajo, cabrón, pinche»¦ sino palabras que sólo las mentes más calenturientas pueden considerar indecentes como estar en pelotas, desnudo, baboso, pendejo, madre e incluso llegan a cortar la palabra teta en el contexto de amamantar. Y eso es lo que pasa en general con los censores, que tienen la mente tan sucia que en vez de apartarnos del pecado consiguen que nuestra atención se vaya precisamente a las palabras que faltan, que probablemente de haberlas oído no nos habrían producido ni frio ni calor
LO MEJOR,
La idea original, la producción, el casting y la pareja protagonista, los diálogos, la totalidad de la obra. La novela es tan buena que la versión de Colombia, muchísimo más larga que la norteamericana y por tanto susceptible de sufrir, en palabras de Hernán Casciari, autor del blog «Espoiler», el estiramiento «chicle», o la sucesión de escenas e incidentes de relleno cuyo único fin es aumentar el número de capítulos, es muchísimo más interesante que la versión corta, porque es en esas escenas donde se forja definitivamente el lazo de amistad y confianza entre Emiliano y la manada.
Particularmente a nosotros nos encanta la atención que le prestan a detalles aparentemente insignificantes, desde el corazón que Rosario dibuja en lugar del punto de la «i» de Francisco, que nos recuerda que Rosario es una jovencita que ha crecido a la fuerza, abrumada por responsabilidades que no le corresponden, pero que es una jovencita al fin y al cabo, (lo que explica también que su madre siga estando tan encima de ella), a las conversaciones de Emiliano con Lucía, a sus sesiones haciendo los deberes, los chistes y las frases agudas, tan rápidas que cuesta seguir, pero que van perfilando la personalidad de todos y cada uno de los personajes.
Las peleas de Sigi con su pobre yerno, los cambios de Manuel el Coloso, cuando se pone serio, el final, absolutamente emocionante.
LO PEOR
Aunque no afecta casi nada a la calidad de la novela, la trama legal, como casi siempre, es floja. No acabamos de entender cuáles son esas pruebas tan «contundentes» (las pruebas en las novelas son siempre muy contundentes, ¿se acuerdan de «Te Voy a Enseñar a Querer») que incriminan a Emiliano pero que bastaría con que éste apareciese para que se desmintieran. Tampoco se entiende que la familia de Emiliano, que tiene TODOS los recursos a su alcance, esperen pasivamente a ver qué pasa, porque una cosa es que Don Roberto sea muy decente y no utilice sus influencias políticas, pero ¿contratar a un equipo de abogados es utilizar indecentemente las influencias? Otra cosa que es bastante falsa es el hecho que la sociedad les dé la espalda a los Sánchez-Gallardo. Eso no pasa ni en España, donde personas muy influyentes imputadas por estafas gigantes siguen siendo cortejadas y recibidas por la mejor sociedad y hasta por el Rey, ni en Méjico, que no es por señalar pero es una sociedad al menos ligeramente más corrupta que la nuestra. Aún así, este detalle, aunque hueco, se perdona porque añade dramatismo a la historia y contribuye al monumental cabreo que Don Roberto tiene con Emiliano.
En la versión de los EEUU, los policías, ya bastante tontos de por sí, por mucho que se disfracen de lo contrario, no caen del guindo hasta que uno de los malos confiesa, lo que ya es el acabose. Claro que en la versión colombiana, la buena, donde la resolución de la trama tarda un poco más que un chasquear de dedos, ocurre casi lo mismo, y lo que es peor, resulta que cuando se ponen a mirar, simplemente al mirar, encuentran pistas que incriminan a los verdaderos culpables.
A pesar de que la ambientación y el vestuario son muy buenos, ya que sirven para subrayar los distintos caracteres, ambientes y personalidades, hay un elemento un poco desconcertante, y es el pelo de Mark Tacher en la primera parte de la novela, porque en cada toma Mark lleva el pelo peinado distinto con una longitud distinta. En las primeras escenas lleva el pelo peinado con fijador. En cuanto llega a Colombia se lo deja sin fijador pero con un corte a la taza espantoso, luego lleva el pelo sin fijador pero más corto (mucho más guapo), pero con tomas en las que vuelve al tazón y luego lo vuelve a llevar otra vez corto con y sin fijador, el pelo le crece y le descrece como a esas muñecas a las que basta con tirarles de la coleta que les sale de la coronilla para que tengan una melenaza. A partir de ese último cambio ya lo lleva de forma coherente, afortunadamente. En esa escena en la primera parte, en la que Emiliano y Rosario van en autobús y ella pierde el equilibrio, esa escena que se repite una y otra vez en los intermedios, fíjense bien porque el pelo de Emiliano es un poema, le salen las orejas entre medias como a Super Ratón. ¡Con lo guapo que es, cómo le han podido hacer ese desaguisado capilar!
En otro orden de cosas, un poco más importante, a nuestro parecer el amor de Rosario y Emiliano es, ya lo hemos comentado, demasiado repentino, y si no fuera porque les vemos cómo se quieren, lo primero que se piensa es que Emiliano quiere a Rosario porque la necesita. Luego no es así, porque los guionistas no quieren que sea así, pero lo más lógico es pensarlo. Emiliano pasa de pensar que ella es un ángel de bondad, a estar enamorado hasta las patas. También es demasiado repentino el cambio de Emiliano, desde el chico rico y sofisticado al que, según su cuñado Martín, no le gustan las peleas, al «atravesado» e impulsivo Franciso, que tiene una mecha tan corta que recurre a los golpes ante la menor y más infantil provocación. En algún momento se comenta de pasada que es que Francisco tiene la violencia a flor de piel, resultado de todo lo que le está pasando, pero la verdad es que Emiliano o se pone así excepto en los temas de Rosario, por lo que no está muy claro qué es lo que la vuelve de repente tan sumamente primitivo sin que haya en él ni el más mínimo intento de ser racional. Sin contar con lo muchísimo que bebe, cosa que creemos no ser los únicos a los que les molesta, sin perjuicio de que a nosotros el ejemplo que dé Emiliano al público nos tenga sin cuidado, ya que las telenovelas no son precisamente programas didácticos de nada. A nosotros es que no nos gusta que los protagonistas lo arreglen todo bebiendo para olvidar y punto. Parece que, ante las quejas de alguna asociación de defensa del espectador los guionistas explicaron que lo que pretendían era crear una espiral de descenso de Emiliano hasta tocar fondo para que pudiera renacer de sus cenizas como el Ave Fénix»¦ Pues eso, que lo sepan.
REPARTO
Emiliano Sánchez-Gallardo/Francisco Lara «€œ Mark Tacher
Rosario Guerrero.- Carolina Ramírez
Vladimir Fernando Molina, «el Milamores» .- Mario Duarte
Raquel de Guerrero.- Alejandra Borrero
Manuel, el Coloso, Gregorio Pernía
Javier Macías.- Nicolás Montero
Estefanía Borge .- Virgina Malagón
Sigifredo Santacruz.- Luis Eduardo Arango
Leticia.- Diana Angel
Mañanitas.- Horacio Tavera
Don Carlos Malagón.- Alfonso Ortiz
Eulalia Mondragón y Rodriguez de Malagón.- Luces Velázquez
Capitán Bernal.- Alberto Valdiri
Mireya .- Luisa Fernanda Giraldo
Don Genaro.- Silvio Angel
Nora de Macías.- Silvia de Diós
MEXICO
Comandante Leonardo Salas .- Daniel Lugo
Licenciado Miguel Corona.- José Luis Franco
Teniente Guadalupe Morales.- Alpha Acosta
Felipe Romero.- Luis Caballero
Roberto Sánchez-Gallardo.- Guillermo Murray
Gabriela Sánchez Gallardo.- Paloma Woolrich
Cristina Sánchez-Gallardo .- Tanya López
Steve Anderson.- Ariel Díaz
Martín del Valle.- Rodolfo Valdés
Las voces originales de las canciones interpretadas en la novela son de la cantante y actriz Adriana Botina, Jairo del Valle y Alejandro Scarpeta.